jueves, 24 de noviembre de 2016

Ella

Ella
Uno
Visitar San Gregorio de Portoviejo, es rememorar la sazón, el acento y la dulzura. La recordé apenas me pasaron un plato hondo con suero blanco y plátano asado.  Mi niñez se resume en una bicicleta, unos patines, el perro labrador y una señora portovejense que llegó a Quito en las vacaciones de 1994.
Castellana de origen, un día
te acunaron los brazos del mar,
y en tu surco aborigen surgía
nueva raza de empuje vital.
 Apareció y no sé cómo se contactó con mis padres, lo cierto es que llegó un sábado por la mañana, decidida a cuidar de nosotros. Sonriente y estirando la mano dijo «Celia Cortez Moreira, pero todos me dicen “Chela”». Mis padres, medio hermano y yo la recibimos y nos presentamos, yo estaba muy atenta porque era la primera vez que conocía a una persona efusiva, de un acento distinto y con toda la energía que hallé en ella: despierta, conversadora, tan alegre; con su gran sonrisa que opacaba a la de todos. Lo que también llamaba la atención era un gran lunar en su mejilla izquierda. Unos grandes bucles en su cabello negro que llegaban a sus hombros. 
Entonces decidí contactarla y proponerle una charla para el domingo 20 de noviembre.
Dos
 Que la capital no es alegre en navidad repetía y lo repitió al menos los 6 años posteriores. Chela era así, sino le gustaba algo, lo decía. Toda su irreverencia y brusquedad al hablar, la equilibraba y de qué forma con toda la gastronomía y saberes que adquirió.  17 años después, la visité en su casa al norte de Quito, y la hallé igualita a pesar de sus 60 y tantos.  Al verla nuevamente para preguntar por su vida. «Qué quiere que le cuente, si yo le contaba todo. ¿Se acuerda?». Claro, pero han pasado muchos años y yo entonces no anotaba las entrevistas. Sonreímos.
Tan amable como la recuerdo, me invito a pasar, a sentarme y me dijo que la esperara un momento porque sus nietos no estaban listos para bajar a saludar. Que si deseaba algo. Agua por favor.  Fue un domingo muy soleado. Tranquila yo espero, le dije.
Tres
 Una vida que sabía de memoria porque cada vez que llegaba de la escuela, ella me contaba, no sólo su día sino su vida entera.  Me sabía su música favorita porque subía el volumen como desde las 10 de la mañana, hora en la que empezaba a cocinar. En un equipo de sonido antiguo de mi padre, colocaba cuanto long play y cassette encontraba: Los Hispanos, Los graduados, Pastor López, Gustavo Quintero y quien sabe que otras cumbias bailables de antaño, eso cuando estaba alegre porque cuando venía el invierno no sé porque, el volumen aminoraba y se ponía a suspirar. Leandro mi hermanastro en ese entonces adolescente, le decía con su acento roló también recién llegado al Ecuador: «¡hey! Chela, que tristeza esa música, me recuerda a mi abuelita, cambie eso que es como para planchar»
Oye como canta el rio 
oye como canta el viento 
canta el rio, canta el rio 
canta el viento, canta el viento.
Cuatro
  Volviendo a la visita que le hice, sabía o adivinó o ya me conocía, pero le pregunté por si acaso, «A ver, seguro que no recuerda mi plato favorito. Lanzó una carcajada estridente como las de antes y sabiendo que yo adoraba su sazón manaba, me dijo «pues todo, en especial los dulces porque usted sí que era gordita niña Sarita». ¡¿jajaja Niña?! Que nunca me iba a dejar de decir así, que para ella yo era la misma niña de siempre y siempre rememoraba nuestras charlas con chocolate y pastel de lo que hubiere, sostuvo. Y era verdad, a media tarde nadie en esa casa evitaba un bocadito, importaba un bledo, si era o no ligero, si era o no saludable, tenía que ser hecho por Chela y eso bastaba. Y enseguida vino a mí la famosa, famosísima imagen de la casi que magnífica y perfecta, crema de berenjena que era un completo manjar para mí en esos años, no he vuelto a probar nada parecido desde el año 2000 hasta la fecha.
Bajó, se sentó y le dije, bueno empecemos. Vine porque no la he visto hace fuuuuuu, pero también porque quiero escribir sobre usted. «¿sobre mí?». No es sólo una tarea de universidad, aunque sí, es más bien una visita que tenía programada desde hace mucho tiempo. «¿Y sus papis y su hija?» Ellos me mandaron a decirle que vienen como por diciembre, además salieron de paseo esta mañana. «Ahhhh».
Cinco
  ¿Cuándo se fue de Portoviejo? Y explicando todo como ella lo hacía, movía sus manos frenéticamente al hablar y se “embalaba” en detalles, en dichos. Espere que no escribo tan rápido le dije. Cuando de pronto vinieron sus nietos, «miré ella la mayor de mis nietas, se llama Sara, como usted, la Tania mi hija ¿si se acuerda?, ella le puso así a la hija por usted». Claro Chelita que me acuerdo. Los dos hijos que vinieron con ella a Quito, Pablo nacido en Carchi y Tania en Imbabura, fueron grandes amigos y compañeros de juegos en mi infancia.
«Yo me fui de Portoviejo cuando mi padre murió, continúo. Mi madre no me quería y éramos muchos hermanos, como unos ocho, y yo ya quería hacer mi vida, pero sabe que Sarita, yo cometí muchos errores, si sabe que tengo dos hijos más allá en Manabí. Patricia y Ernesto, son mayores que Pablo y Tania. Si se conocen, pero no se llevan, con lo que Ernesto nos quitó la casita allá en barrio la Roldós sólo porque la abuela le regaló ese pedazo de terreno, entonces ya pue ‘no lo quieren. Y Patricia se me fue para España y ya ni escribe ni pregunta por nosotros. Pero verá ellos no fueron los errores sino sus padres, nunca pude conseguirles un buen padre, pero eso debe ser el odio de Ernesto».
Seis
  ¡Ay Chelita!  que complicado. «Sí Sarita muy terrible para mí, pero igual después de la muerte de mi cuñada Imelda ¿sí supo que murió?». Imelda era del pacífico chocoano y vino al Ecuador como en el 90 y la vida las acercó mucho, pues ella también sufrió a cuestas con sus hijos pequeños y la muerte prematura de su esposo por una cirrosis. Mis padres me comentaron, que hace un año murió de una fuerte anemia, dije. «Bueno, después de eso yo ya supe que mi tiempo en ese barrio estaba contado, mis dos hijos ya grandes y cada cual con sus hijos porque tampoco les fue bien en sus hogares, así nos mudamos como usted ve con mis nietos, tres de Tania y uno de Pablo, y ya nos buscamos la vida, salimos de ahí, ahorramos para comprar algo propio, acá en Calderón, los niños estudian, mis hijos trabajan, yo trabajo cuando hay algo y cuido de la casa»
¿Y los hijos de Imelda? «También viven cerca de aquí, a dos calles, por ahí andan con sus hijos, sus problemas, estudiando, trabajando porque deben pagar la casita que también compraron cuando la mamá estaba viva». Una enfermedad muy grave de la sangre llamada Talasemia intermedia se la había llevado en marzo de 2015.
Siete
  «¿Si ha comido Bolón?, mire este es como se hace allá en mi tierra, nada que ver con el que hacen en Esmeraldas». De hecho, si era muy diferente llevaba cilantro. Y a Quito ¿cuándo vino? «A Quito vinimos después de que me separé del papá de Pablo, que es carpintero como mijo, pero yo me había recorrido ya media sierra con mis hijos. Del padre de Tania sí que no supe nada, por ahí me dijeron que se había muerto, yo creo que era mentira para no hacerse cargo. Nunca averigüé». La casa donde me recibió esa mañana como a las 9:00 am tenía muchas tablas de madera de distintos tamaños acomodadas en un patio pequeño donde pude ver un taller con varias herramientas como: sierras, banco de carpintería, prensas, lijas, atornillador eléctrico, brocas, etc.
Ocho
  «No me decidía a venir a Quito porque tenía la ilusión de volver por mis otros dos hijos que se quedaron con mi mami en la costa, pero no me los quiso dar y tampoco me alcanzaba para criar cuatro, así que un amigo en Tulcán que era dueño de una pescadería donde yo trabaje un tiempo, me dijo que en Quito hay trabajo y piden muchachas costeñas para atender casas, y así me tocó. A la semana de estar en Quito busqué a un hermano, que le decimos el “gato” que ya vivía aquí mucho antes, le estaba yendo bien en la fábrica donde trabajaba, me levantó la casita de madera que usted si conoció». «Así no má pue vine a la capital con mis hijos y me dediqué a trabajar y no quise saber nada de vivir con nadie porque mis hijos eran chiquitos, pero ya sabe lo tonta que es una y luego terminé más jodida por dejar entrar a ese Lencer a la casa».
Y así fue a dar al barrio Andalucía una mañana de sábado de 1994 en busca de trabajo.

Nueve
  Y de ese man claro que me acuerdo, usted nos contaba lo abusivo que era. Chela llegaba con marcas en los brazos, en el rostro, en el cuello, el tipo era de los que cobraba, se emborrachaba no volvía unos días a la casa y al regreso la lastimaba; le decía que eran celos tontos o culpaba al alcohol, pedía disculpas y la historia se repetía cada fin de mes. Por aquel entonces no era común escuchar en los medios de comunicación campañas contra la violencia intrafamiliar como un problema de salud pública, aunque para el año 1995 en el mes de septiembre, se aprobó Ley contra la violencia a la mujer.  De acuerdo a una nota de prensa que leí no recuerdo si fue en mayo, ahora en lo que va de este año 2016 se han registrado alrededor de 30.000 denuncias a nivel nacional.
Diez
  Continuando con café y el bolón y mientras se entretenía con uno de sus nietos, que saltaba de un lado a otro de la sala, recordé a ese tipo a quien todos en casa odiábamos porque la ofendía y lastimaba y sus dos hijos pequeños presenciaron esos ataques por muchos años. Recuerdo incluso que su hijo Pablo dijo alguna vez, que por aquel entonces tenía unos ocho años, «cuando crezca voy a buscar a ese hijueputa porque me la debe». No sé si lo habrá cumplido, lo que sí es claro es que ahora viven con muchas mejores posibilidades que antes y alejados del poder negativo del alcohol y la violencia.
Once
  Al ser un tema tan delicado y al ya conocer esa parte de su historia, decidí cambiar de tema, pues la imagen de su llanto, la tengo muy calada en la memoria. Recuerdo tanto preguntar a mis padres por qué pasan esas cosas, mi padre respondió también muy entristecido «somos una raza violenta, pero no llore, usted es muy niña para entender eso, vaya a jugar».
Chela usted se acuerda de mi Blacky. «Ese no fue el perrito que se les escapó». Sí, ese. «Qué pena, si me contó su mami alguna vez, que había sido en un cumpleaños suyo, usted dejó la puerta abierta por recibir a sus amiguitos». Sí, y no me lo perdonaré nunca. «¿Qué raza disque era?»  Un labrador negro. «Era terrible muy maloso, no». No. De hecho, cuando ella se iba para su casa, en una época de mucho racionamiento eléctrico, me daba mucho temor entrar y esperar a mis padres en la oscuridad, él me acompañaba afuera hasta muy entrada la noche.
Doce
  Como recordándolo también y con ese cariño que compartíamos por los animales, llamó a sus nietos para que me enseñen sus mascotas, un perrito blanco pequeño todavía cachorro y una gata ya adulta naranja con líneas blancas.  «Ellos los recogieron de la calle, el perro lo había dejado en cartón por aquí arriba donde se deja la basura y la gatita apareció ya grande y lastimada, mi nieta le dio agüita y ya se nos quedó aquí». Oh, que lindos les dije a los niños, eso se llama amor y los animalitos también lo necesitan. El menor de los niños me miró abrazo fuertemente a su gata, la besó en la cabeza, y salió corriendo con ella por la puerta, todos los siguieron, en una gran algarabía. La compasión es algo natural y espontáneo.
«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales». Mahatma Gandhi.
Trece
  Y Tania y Pablo, ¿dónde están? «trabajando, pue, si le dije que es carpintero tiene entregas que hacer y como no hay espacio en el taller, si ve que es chiquito, entonces un amigo le presta el taller para que haga los muebles más grandes, y la Tania, ella trabaja en un almacén, los fines de semana casi que no paran en la casa y yo cuido a los niños, aunque ahora ya no tanto porque la mayor ya los cuida y yo ya puedo salir a hacer mis cosas por ahí» ¿Qué hace?. «visito amigas, preparo comida y la vendo, voy seguido a ver a mi cuñada Imelda al cementerio, siempre voy le converso mis cosas y rezó». Me percaté de su devoción porque en muchos rincones de la casa habían pequeñas y medianas estatuas religiosas adornadas con flores y velas.
«¿Usted sigue medio hereje, Sarita?» rio. No me diga así, esa palabra suena a acusación. Más bien agnóstica. «¡Ah! ¿Qué cosa e ‘eso»? Básicamente no se afirma la existencia de una deidad por el hecho de que no se la puede probar. «Yo sí creo Sarita».
Hace bien en su total derecho, hasta la constitución dice que hay libertad de culto en este país.
Catorce
  ¿Y le sigue gustando la música que ponía en la casa allá en Andalucía? «Claro, pue si cuando me fui de allá, su papi me regaló muchos discos y otros le pedí que me los grabará en cassette. Y ahí los tengo, ¿si ve esa caja, bajo el mueble ese de madera? Ahí están toditos, y en fiestas lo sacó, pero si sabe, no, que la capital no es alegre en navidad. Por ahí mis nietos y sobrinos escuchan esa música de ahora que un bullerío y una letra que por dio ‘que fea, eso era música Sarita, me hace acuerdo de cuando era yo joven y los muchachos allá en Portoviejo nos sacaban a bailar a mí y una hermana»
Dicho esto, se levantó, sacó la caja y puso sacó cassette y me dijo que ya los hijos le habían pasado todo a la computadora, que no sabe cómo hicieron, pero ya no necesita escuchar los lp´s ni los cassette pero que son su tesoro. «Le pegó un grito a uno de los niños que entró, ¡oyé cachuflo, ponte música, pero de la que me gusta, no de la huevada de ahora».  Cuando sonó la canción se puso a bailar abrazada a uno de los long play.
Oye traicionera, aunque yo me muera 
donde yo me encuentre rogare por tu alma 
oye traicionera, aunque yo me muera 
donde yo me encuentre rogare por tu alma 
Esa mañana de domingo como alrededor de las 10:30 esa canción sonó al menos tres veces.
Quince
  ¿Y su hipertensión? «Mal, igual, no sé, como sano y sigue alta» ¿Qué le dice el médico? «Que me cuide, pero yo me cuido, ya no como casi nada frito, me hago mucha ensalada, aquí no tomamos cola, porque llevaron a los niños al doctor, y toditos desnutridos, y nos dijeron que todo lo que es procesado, enlatado, o tiene colorante, les hace mal a los niños. ¡Uy el varoncito! el que le sigue a la Sarita, si lo ve» señalando a la ventana. «Ese estuvo muy mal, mandaron a comprar un pocotón de cosas para que no se duerma en la escuela».
Pablo el hijo menor de Ella, cuando niño estaba en el muchacho trabajador en Cotocollao, alguna vez me fuimos juntas en unas vacaciones como por julio, no lo recuerdo bien. Él se había olvidado las llaves de la casa, así que la acompañé porque recuerdo que estaba muy nerviosa y con miedo de que se queden afuera hasta muy noche. Al entrar había muchos extranjeros, me dijo que eran de una congregación de jesuitas. Era un gran comedor enorme, los niños hacían muchísima bulla y entre sus pies sostenían cajas de lustrar zapatos, fundas de dulces, lotería, otros tenían periódicos, etc.
Recuerdo haberle preguntado a Ella, que hacía ahí su hijo, enseguida me dijo que es un lugar donde les dan de comer a los niños, cuando sus padres no tienen para alimentarlos o cuando ellos por el mismo hecho que trabajan no van a la casa a almorzar, y como trabajan muchos de ellos no van a la escuela. Ahí les daban talleres, les cuidaban, porque muchos tenían desnutrición. «Quieren que los niños estudien y dejen la calle. Es gente muy buena» repetía.
Dieseis
  A la memoria vinieron muchos reportajes televisivos sobre el tema de la desnutrición crónica en el Ecuador y el objetivo de erradicar esta problemática, sin embargo, pese a los esfuerzos gubernamentales y no gubernamentales por reducir la morbimortalidad infantil, no se ha logrado este objetivo de acuerdo con el Observatorio de los Derechos de la Niñez y Adolescencia, aunque las cifras si han disminuido.
«¿Si le gustó el bolón quiere otro?». No gracias Chelita. «Está embarazada Sarita debe comer». Si, pero más bien si tiene algo de tomar, le agradezco.  Eran ya como las 11:00 y hacía demasiado calor.
«Gracias por los dulces, han de ser de confiteca, no es verda´». Sí, mi mamá se los manda a sus nietos a propósito de que ya está cerca la navidad. Yo también le traje algo y de la mochila saqué una funda con dos bolsos que suelen vender en el mercado artesanal en la zona conocida como la mariscal, en el centro norte de la ciudad; uno rojo para ella y otro verde para la hija, y para el hijo una camiseta también made in mercado artesanal.
«¿Segura no quiere otro boloncito?» No. «Ya se vea, le voy a hacer probar dulces de Rocafuerte que me trajo un amigo, son: dulces de guineo, alfajores, huevos moyos, troliches, ¿si ha comido?» No, ni los huevos moyos ni los troliches, ni idea que serán. «Pruebe, pruebe» Qué maravilla me encantaron. ¡Debe enseñarme a preparar eso oiga! «Cuando quiera niña Sarita, me llama, viene acá y ya sabe pura sazón de la tierrita no huevadas».
Le conté que en agosto de este año fui a Portoviejo y que probé por primera vez el suero blanco con plátano asado que también le dicen cuajada, que hacía mucho calor, y que fue algo muy refrescante. Le dije que al pisar su ciudad inmediatamente pensé que debía algún día contarle que estuve en su ciudad. Era ya la una de la tarde debía despedirme. No sin antes el largo abrazo y el agradecimiento por todo lo que comí esa mañana y las grandes memorias de los 90´s: sus canciones favoritas, su sabiduría en la comida, las penas, alegrías y el tesón que es su vida.


jueves, 11 de agosto de 2016

Soñé

“Es amor es lo que sangra”
Anoche soñé con él
su pelo alborotado y voz.
Anoche lo fotografié,
me dedicó un solo de guitarra.

Resulta que hoy cumpliría 57
en nuestra cita onírica nos fumamos un cigarro.
Reímos sin conocernos
y hasta fui su corista en una canción del recital.

Bailamos su danza rota en este mundo de quimeras
fuimos prófugos en ese día común,
me enseñó el verdadero rito: la música.

Anoche soñé con él
su pelo alborotado y voz.




martes, 9 de agosto de 2016

Temblor



Despierto agitada del sueño
hay paredes crujiendo,
y un centenar de perros aullando.

Todo se estremece
parece que el núcleo está bajo mis pies,
ya hay paredes abiertas.

En la calle hay murmullo,
sirenas y  alarmas no paran
 los pájaros empiezan a trinar en desespero.

Y así como de la nada
otra vez queda todo en silencio.
Es difícil conciliar el sueño
hay paredes riendo.

domingo, 7 de agosto de 2016

Agosto

En su balcón el viento silba.
colgó sus medias blancas,
ellas volarón.

En su balcón el viento gime
hay noches despegadas.
Las aves rapaces y nocturnas
nunca duermen.

En su balcón el viento corre
se va a la cama desnuda
suda y bebe agua.

En su balcón  el viento no cesa
es Agosto, vientos alisios.
Las aves rapaces nocturnales
no duermen están en vigía.


miércoles, 3 de agosto de 2016

Xocolātl




Hay unos labios
sabor a chocolate amargo
muy saludables dicen los especialistas.

Hay en ese olor en ti,
campo, aire y vida.
Y en el cacao
color, aroma y sabor amargo.

Hay unas  manos labriegas,
clima y suelo ideales.
Son  labios perfectos y ancestrales
sabor al más amargo xocolātl

lunes, 1 de agosto de 2016

Colibrí

I miss you my colibrí,
olvídate que es sábado
hummingbird.

Agita tus alas
80 veces por segundo
vuela sobre mi.

revolotea y chirría  colibrí,
hay polen y néctar
forget me on sunday
hummingbird.

sábado, 30 de julio de 2016

El fin del mundo que no fue



Otro fin del mundo aburrido
Los profetas erraron
El cronograma estuvo incompleto
No vinieron los ovnis,
Ni se invirtieron los polos magnéticos.

Tampoco hubo flores, ni reconciliaciones mundiales
Nadie quiso saber el origen de la palabra pax.
Lo único que acertaron los profetas
Es que nadie se la iba a creer como en el 741 A.C.

Un fin del mundo aburrido
Sin pizza napolitana ni brindis
Ya van varios fines del mundo que no fueron
Sin juegos artificiales.

Un fin del mundo aburrido
Se acabó pero inmediatamente surgió un planeta igual
Humano y cruel.